Un mercado cambiante hace que la gente coma y se alimente mejor, en otros países, claro. Finalmente caen mitos de más de medio siglo de conjeturas, medias verdades, y hasta de “sentido común” sobre “comer bien” y nutrirse debidamente.
La pandemia de obesidad y diabetes tipo 2, estrechamente asociada a cánceres y enfermedades cardiovasculares, puso al mundo en alerta. Los costos no los sostiene economía alguna.
Sumemos a lo anterior un cambio fundamental de la ciencia contemporánea, la transición del reduccionismo al análisis sistémico, donde el conocimiento de las partes no explica al todo, a menos que se conozcan las múltiples interacciones que ocurren en sistemas complejos como el del ser humano, y donde no caben fórmulas mágicas ni causas simples y definitivas.
En la alimentación, por ejemplo, una combinación de bioquímica con genómica demuestra que importa más la fuente que la cantidad de calorías, pues el destino metabólico de proteínas, grasas y carbohidratos varía separadamente según la hora del día o la noche.
Las comidas más comunes suelen no ser las mejores, pues aparte de una combinación inadecuada de fuentes calóricas, afectan negativamente las bacterias del intestino (la microbiota) cuyo rol en la salud es fundamental.
El azúcar, harinas refinadas, y carnes rojas, por ejemplo, estimulan una microbiota que nos sensibiliza a la diabetes, obesidad, cánceres y enfermedades cardiovasculares. Lo contrario ocurre cuando abundan las frutas, vegetales y carnes blancas en nuestras comidas. A la hora debida.
Venezuela y México comparten el primer lugar de obesidad en América Latina, y en diabetes tipo 2 no se quedan atrás del líder Brasil. Así que a comer diferente llaman los expertos. La buena noticia es que pequeños cambios hacen una gran diferencia, como regularidad en desayunos y almuerzos, cenas ligeras, vegetales, nueces y frutas frecuentes, y el disfrute social de la comida. La cosa cambió.
@rrangelaldao